domingo, 26 de julio de 2009

RELATO DE UN VIAJE



PORTE CLIGNANCOURT
a París
Lo haré, esbozó. El hombre se dispone a tomar el último tren, el que lo llevará nuevamente a la puerta de su casa. Mientras baja observa subir a esos entes dormidos, locos traídos del ritual diario. Suena una música que no alcanza a reconocer, algo melódico que se le mete en la piel, tararea su ritmo con la cabeza. No mira a la gente irse, le asustan sus ojos y sus pensamientos porque él sabe lo que piensan.
Alcanzó el último escalón que lo deja a los pies del túnel, las vías están exhaustas del trajín y a pesar de ello adormecen entre sus brazos a restos de papel, yogures y algunas ratas.
Continúa tocando en el subsuelo Johny o Charlie Parker o como se llame, lo importante es que la música sigue endulzando los poros y él la persigue hasta el final del andén donde se ve una luz solitaria, antes de que aparezca ese último metro que lo llevará a su antigua morada. Espera completamente solo, aislado del ruido exterior de voces. Continuamente se pierde en lo profundo para intentar ver algo pero nada; solamente la música de Johny lo acompaña. El suave compás de blues adormece los demonios y sigue a la espera, ahora de pie junto a la barranca al frente de la via. También se olvida de que alguna vez salió del Barrio Maravilla, de que jugó con los chicos a la pelota, de lo verde de aquel tiempo; ahora susurra ya nada importa, la tempestad la tengo adentro. De pronto siente al ruido arrastrarse desde el fondo del túnel, la máquina hace su último viaje y da su pitido final para despedirse del día de trabajo. El hombre da un salto, y se acomoda transfigurado en el último asiento del fondo del vehículo. Y así, recorre desde el Sur todas las estaciones; mira la 9 julio pensando en tomar para Diagonal Norte más adelante pero no, decide su camino a la Monumental porque quiere sentir una vez más el fragor de los toros muriéndose por meterle los cuernos a esos trajes de luces. El los había visto morir y salir victoriosos, indultados. Por esos días se ganaba el tiempo con unos acordes que le permitían imaginar la noche de gala de algún concierto, soñaba con carteles inmensos con su foto y nombre y también entrevistas y tantas cosas. Mientras, sólo gesticula unas palabras para adentro esto es parte del camino.
Siente el frío del verano; ya ni la cerveza, ni el whisky, ni el volar hacen efecto. No mantuvo en posición el instrumento, las entumecidas manos se olvidaron de cargarlo y lo dejaron atrás a la intemperie. El aire le carcome por dentro y la música de Johny continúa. Ya está llegando a la siguiente estación en Saint Michel, y allí a oscuras el vehículo se detiene, como sosegado por el hollín y la historia. Siente el miedo, la aniquilación, es un gusano ciego que busca la salida. La máquina, entonces, pasa lentamente por sus respiraderos bohemios y observan juntos a otros que no toman el tren pero que están en la vía, abandonados, durmiendo quizás su último sueño; él sigue desmenuzando, persiguiendo el pasado para poder vivir el ahora para siempre. El viaje inevitable lo lleva a la porte clignancourt, allí volverá a transitar los hoteles argelinos, a oler el curry mezclado con la lluvia de marzo y saciará la sed con la cerveza. Después, sacará nuevamente su guitarra y cantará coplas en tono francés. En este lado se apagan las luces para él.

 

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