viernes, 4 de diciembre de 2009

TRANSMIGRACIÓN?

La luz era tenue en el filo de las calles, deambulaba sin sentido como si se me hubieran venido millones de años encima. El sol estaba saliendo pero a decir verdad era sólo un ademán, lo veía muy a la distancia, opaco y gris, como si algo se encargara de cubrirlo.

Las calles permanecían desiertas; ya no recorrían sus orillas las aguas que la gente tira cuando lava su vereda. Ni tampoco se veía orinar a los perros en los bordes de las aceras ni siquiera se escuchaba el revolotear de las palomas en la plaza. Todo eso ya no estaba y me resultaba algo raro.

Después de caminar un buen rato miré hacia los costados y pude reconocer el lugar; el Bar de Miguel, mi amigo de la infancia, pero no había nadie; el paisaje era fantasmal. Las ventanas habían huido y las puertas se encontraban totalmente cerradas. En realidad fue una visión como las que tienen los hombres perdidos en el desierto, que después de un tiempo ya empiezan a ver todo lo que añoran y todo lo que quieren. Seguramente esa era la situación ahora, yo la estaba viviendo. Aún así traté de seguir e hice el inventario de las calles; costaba respirar, había una mezcla de incertidumbre y desesperanza lo podía oler, pero igual continué transitando las horas.

Mis pasos, sino me equivoco, me fueron llevando hacia la zona de la estación de trenes; ya no era la misma. De repente una serie de sonidos y luces de colores detuvieron mi marcha y fue en ese momento en que vi detenerse a un inmenso aparato multicolor, de allí descendían altos y extraños seres que fruncían el ceño y cambiaban la mirada.

Perplejo me quedé mirando aquél cuadro, helado por la situación y ni siquiera podía darme un pellizcón por saber si era verdad lo que pasaba. Pensé que a lo mejor todo era fruto del alcohol de la noche anterior. Sin embargo no fue así, lo supe todo cuando quedé encerrado y luego me fui volando en un habitáculo de cristal que me llevó serpenteando por las calles de la, ahora, gran ciudad, de la grandísisima ciudad. Desde lo alto no se veían árboles ni montañas, sólo casas altas y eran calcadas una igual a la otra. Así, sin poder pensar en la altura en la que me encontraba, y como por arte de magia, aparecí en una sala.

Sentía que me faltaba el aire. Presentí que me observaban, sus palabras cruzaban las paredes. Después el silencio. En ese momento, con mis últimas fuerzas y con lo que me quedaba de conciencia, pregunté dónde estaba y cómo había hecho para llegar a ese lugar. Luego la puerta que se abre y lo primero que entraron fueron sus sombras deformes, el piso dibujaba criaturas extrañas, no podía registrar sus caras y todo ,además, me parecía un mal sueño; escuchaba a lo lejos sus voces Por suerte es el último de esta especie. Estos seres no soportan este tipo de aire, seguro que sufrió algún tipo de mutación en lo más íntimo de sus genes. Mira su espalda, todavía tiene las huellas de la cámara criogénica en la que hibernó. Bueno, ya no le queda mucho, un poco más azul y se acabó el cuento.




EDUARDO ATILIO ROMANO, BARCELONA, 2009