miércoles, 22 de julio de 2009

QOSQO (Poemas), editorial el suri porfiado, Bs.As.

Este libro titulado QOSQO fue impreso por la editorial El suri Porfiado. Lo presentaron el 1 de Julio de este año en el Centro Cultural de Cooperación, Sala Solidaridad, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Tiene un Prólogo de Bob Gurney, escritor inglés y un comentario del libro del escritor catalán, José Antonio Arcediano. Los cuales transcribo a continuación.


PRÓLOGO
 
Qosqo describe un recorrido, un doloroso viaje. El punto de partida es el Nuevo Mundo, en el Cuzco. El título del libro subraya la raíz Inca del poeta. Nos enteramos al comienzo del libro que el poeta siente que está perdiendo su identidad. Su amor, y se sospecha, su vida se han convertido en rituales.
Se pone en marcha con la idea de la fertilidad en tierra extranjera. Esta es de habla catalana. En el viaje percibe que se está desvinculando del colonialismo, de los efectos que éste ha tenido sobre él. Irónicamente dice que el oro que lleva en un diente puede haber sido sacado de sus ancestros.
Huye al Nuevo Mundo, el cual es, en efecto, el Viejo Mundo. Aquí, también, tiene problemas. Llega en el momento en que acaba de terminar el Carnaval. Se traslada de un lugar en donde el terreno está impregnado por la cultura Inca, el norte de la Argentina, a un poblado imbuido, en la superficie, por el folklore catalán. En cierto modo le es familiar.
Se siente un hombre libre cuando llega. No dobla las rodillas y tampoco se presenta acompañado de regalos. Encuentra a un chamán que ve a través del ojo de Dios. No obstante, este nuevo mundo (para él) es inhóspito. Todo tiene algo de monótono, hay una igualdad que lo excluye. Comienza a encontrarse a sí mismo y establece su identidad en oposición a esta nueva realidad externa; no está tan seguro de que la gente de este nuevo mundo sepan quienes son:
¿Vosotros sabéis
Quiénes sois?  
El Inca en él se impone en cómo ver las cosas. Este descubrimiento o redescubrimiento, de quién es realmente, se dilucida por lo que experimenta al mirar los aros de oro en las tiendas. En ese viaje se descubre. Oye los gemidos de sus antepasados cuyo sufrimiento construyó España. La imagen de una cruz en un cráneo en un museo le recuerda cómo su cultura subyacente se caracterizó por la colonización. El poeta está a una distancia de todo esto: no tiene callos en las manos pero sigue oyendo los gritos de las víctimas dentro de su cabeza. Su definición de sí implica sentirse conectado a los chamanes de la cuenca del Orinoco. La idea de mago o vidente, desarrollado por Rimbaud, se hace referencia cuando dice que él es un descendiente de los chamanes pero luego se traslada a la noción de la libertad de los hombres (el noble salvaje Rousseau) conceptos que contrastan con el hierro y el movimiento mecánico del mundo industrializado.
Su reacción a la figura de Colón de pie cerca del mar en Barcelona, señalando con el dedo, es que tiene la sensación de que Colón todavía sigue siendo prejudicial para America Latina, que sigue causando dolor en sus entrañas (la opinión de Galeano). Es como si, para él, el espíritu de Colón, precursor del colonialismo, todavía está vivo. Siente que el lugar es una amenaza y que él, el poeta, ha olvidado su pasado, y que lo que tiene entre sus dedos no es nada. El Viejo Mundo, su nuevo, nada le ha dado. Incluso el acto de escribir se asocia con el dolor.
La imágen sorprendentemente surrealista de un gigante con alas que come, como un caníbal, los huesos del poeta, bebe su sangre y vomita su futuro, relacionado con los gigantes de Montserrat, describe sus sentimientos religiosos a nivel de su ser “castillanizado”, así como sus sentimientos políticos como ser colonizado.
Este es un poderoso libro en el que el poeta aborda el tema esencial de la identidad. Trata de un viaje físico, desde una tierra, una vez influenciada por los Incas, a una ciudad situada en la antigua (y quizás todavía activa) potencia colonial. El poeta dibuja la trayectoria entre los departamentos de Cuzco a Barcelona.
Es también un viaje ontológico. Se traslada de una situación asfixiante, en un sentido, y en este proceso llega al conocimiento de su núcleo vital Inca o antigua sabiduría espiritual. La soledad de la persona en su sufrimiento y una cierta aceptación de cómo son las cosas resumen la posición final de su libro.  
Uno siente que el ejemplo de César Vallejo, con su profundo cuestionamiento religioso, no está nunca muy lejos de la mente del poeta. Se puede vislumbrar al poeta peruano sentado en ese banco del patio familiar en Santiago de Chuco, tranquilamente, tal vez irónicamente, por lo menos estoicamente observando a Romano. Después de todo, él, Vallejo, había hecho el mismo viaje.
El estilo del libro es minimalista y efectivo. Sustantivos y verbos llevan el marcado sentido del poeta. Los adjetivos se utilizan sólo con moderación. El poeta comunica su mensaje con fuerza y con una claridad refrescante.
Como se ha señalado anteriormente, el poeta se ve caer en una profunda Sabiduría Inca, que él considera existir, en un momento, como una base, dentro de él. El libro termina con el afloramiento de esa sabiduría:
De las cosas de esta vida
una tan sola es verdad
la pena de cada uno
que no saben los demás.
El poemario finaliza así con una nota de calma. El poeta encuentra enterrado el consuelo de la sabiduría del norte de la Argentina. Esa sabiduría sale de su interior, y se expresa en lo tradicional, la copla popular, y en la lengua del colonizador. Ahora no hay sugerencia de sentirse asfixiado por lo impuesto, por la cultura de la superficie.
 
Robert Gurney
Londres, Enero de 2009 (Prólogo y traducción)




MIRANDO AL SUR
"En medio de su cuerpo
crecen olas lamiéndolo y quebrándolo."
Héctor Viel Temperley
 
Enrique Molina escribió que la poesía
–cuesta aprenderlo- relata sucesos igual que la
novela o la historia. Pero lo hace desde la raíz, en
el foco de una experiencia esencial que rescata de
cada cosa su incandescente totalidad.1 Esa
totalidad, en la poesía de Eduardo Atilio Romano,
abarca un acá y un allá, a la manera, tal vez, del
Cortázar de Rayuela, y abarca también el espacio
que comprende la distancia entre ambos extremos,
un espacio que es inmensidad, que es peligro, que
es la brutal soledad de quien se halla inmerso en la
travesía. Así, origen, tránsito, destino se funden
conformando un todo que es biografía, pero que es
también imaginería, iconografía, motivo visual para
adentrarse en otro océano tan complejo como el
que divide dos continentes: océano poético, travesía
lírica de un escritor de versos que puede ser, en
cierto modo, nómada y solitario como Viel
Temperley, pero que no emplea el agua, tal el caso
de éste, como elemento de canalización hacia Dios
(ni aún tratándose de un dios a través del cual

buscarse), sino que la convierte en medio para
buscarse y hallarse a sí mismo, sin la mediación de
la trascendencia. El planteamiento de Romano es,
por tanto, humanista, de un humanismo crudo y
despojado, que remite, de nuevo, a la enorme
soledad (esta vez metafísica) de la travesía.
En su último libro de poemas hasta la fecha,
Estrecho mar, nuestro poeta utilizaba la metáfora
del océano como vasta línea divisoria y, al mismo
tiempo, como nexo de unión, como enlace entre
una orilla y otra, y como punto de apoyo clave en la
dialéctica pobreza / riqueza, pasado / futuro,
negación / afirmación, oscuridad / claridad,
valiéndose de una escritura que presenta en dosis
equilibradas la expresión de la palabra y la
expresión del silencio, elemento éste
imprescindible en el poema, pues oxigena la
concentrada lírica de la que hace gala nuestro autor.
Pero Qosqo, que mantiene y perfecciona el canon
estético de su antecesor, da una vuelta de tuerca
más respecto a aquél, pues nos muestra al “yo”
poético rememorando la aridez de la travesía, pero
nos lo presenta también tomando posesión de la
tierra prometida, esa Europa ansiada por todos los
que se lanzan al estrecho mar y que se muestra
indiferente, esquiva e incluso hostil con la mayoría
de ellos. El personaje poético de Qosqo realiza una
maniobra de aprehensión del lugar de destino, y
entre el extrañamiento y la perplejidad del recién
llegado, empieza a dar muestras de esa toma de
posesión, de esa integración que deviene condición
indispensable para quien ha emprendido la aventura
de atravesar las aguas en busca de oportunidades.
No resulta extraño, por tanto, que Eduardo Atilio
Romano formule los títulos de los poemas que
conforman Qosco en catalán, como muestra de esa
aprehensión del lugar de destino a la que antes
hacía referencia, como evidencia de la seguridad y
familiaridad con las que el poeta se va
desenvolviendo en la Barcelona de nuestros días y,
si se me permite, como síntoma claro de su
apreciación del enorme potencial poético de la
lengua catalana, que el autor incorpora desde ya a
su universo lírico como una influencia latente que,
sin duda, obrará su progresión en un futuro no muy
lejano.
Pero esa toma de posesión no implica ni
renuncia al origen, ni abandono de su identidad, ni
desmemoria. Contrariamente, allí donde la
sensación del origen y de la travesía empieza, de
algún modo, a diluirse, alcanza la memoria, como
hecho intelectivo, para reemplazarla. La memoria
es, empero, infinitamente más poderosa:
redimensiona la amplitud de la sensación y le
otorga un poder simbólico de una potencia
abrumadora, porque nace del interior del “yo”,
convirtiendo lo meramente sensitivo en verdadera
emoción. De ese modo también la geografía del
destino incita al juego de las analogías, y Qosqo
(voz quechua que podría traducirse como el
ombligo del mundo, pero también centro vital de la
energía corporal donde residen los sentimientos, y
de ahí el humanismo al que hacía alusión más
arriba, pues el centro del mundo radica en el
interior del individuo) deviene Torna Qosqo entre
las piedra mágicas de Montserrat, donde el “yo”
poético continúa labrando su identidad, ese todo
que acoge en su seno al yo del origen, al del
tránsito y al del destino, un destino que sigue
siendo tránsito, porque ni la sabiduría de los versos
ni la inteligencia de su hacedor pueden prever a
ciencia cierta lo que deparará el futuro, y porque
ningún ser humano –menos aún el nómada, el
exiliado- puede vencer definitivamente su
desamparo y su angustia existencial ante un mundo
que le niega tanto como le afirma.
De regreso a las palabras de Enrique Molina
con las que iniciaba esta breve introducción, y a la
experiencia esencial que rescata de cada cosa su
incandescente totalidad, observamos que en los
versos de E. A. Romano esa totalidad se bate
dialécticamente con la escisión que anida en el
interior del “yo” poético. Toda dialéctica, para ser
fructífera, necesita resolverse en algo nuevo,
distinto y ontológicamente superior a los términos
que lo ocasionaron. En este caso, la dialéctica da
como fruto un sujeto más rico en su bagaje, más
completo en su comprensión, más sensible al
conocimiento del “otro”, precisamente por haber
alcanzado un mayor conocimiento de sí mismo.
Antes de poner el broche final a Qosqo
recurriendo a los versos de una copla de las que
acostumbran a cantarse en tierras de Salta
previamente a la apertura del Carnaval, durante el
Jueves de Compadres, el personaje de Romano
reafirma su posición, mira al sur, mira a los otros y
se ve a sí mismo. Se ha hecho ya parte integrante
del paisaje. Se sienta y escancia el vino agridulce
del recuerdo, en un ritual que le hace más humano,
más catalán, más salteño y más poeta.



1 Sobre Carta de marear, de Héctor Viel Temperley. Citado
por Julio César Galán en Aprender a nadar: la poesía
samurai de Héctor Viel Temperley. Cuadernos
hispanoamericanos, 695, p. 95 – 100, mayo de 2008
.


José A. Arcediano barcelona, marzo de 2009

 

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