domingo, 19 de julio de 2009

Hola mis estimados amigos, aquí les presento al segundo libro que publiqué en Salta, en el año
2001 y editado por tunparenda.
La tapa la realizó una plástica mendocina, Liliana Díaz, el diseño interior lo hizo Victoria Torres.
Tiene en la contratapa unas palabras del maestro y poeta Carlos Hugo Aparicio. Este libro obtuvo una mención en el concurso de cuentos organizado por la secretaría de cultura de la provincia de Salta año 2000.
Este libro fue presentado en Salta por los escritores Carlos Hugo Aparicio y el amigo Francisco Zamora, vaya un abrazo a su memoria.
Les transcribo dos cuentos:
EL REGALO
a mi tata
De chico me encantaron las sorpresas, pero era difícil tener una. Así que me iba con algunos amigos a ondear un poco o a caminar las tardes.
Tratábamos de atrapar los días, los poníamos en jaulas.
Atrapé los días yendo al agua limpita; Cocó! Vení tirate en esta parte que está mas hondo. También las pescas de soles que hacíamos cuando íbamos al río. Las tardes de fútbol todavía las tengo, de hecho hace dos días jugué y empatamos un partido que lo teníamos ganado. Pero a mi alrededor hay fantasmas que me siguen por donde voy y me machacan de rato en rato.
Pienso en mi barrio; llega mi viejo en su bicicleta (atrás trae el fuego dormido y adelante, en su frente, tiene un aserrín amargo que le pica y se le mente en los ojos) Papí que me has traído. Nada papá. Falta un poco para el cobro.
A fin de mes paga las cuentas y tiene que hipotecar sus días por el que viene. Después llega borracho, putea, nos pega y se va para el baile; es Carnaval.
Con el tiempo no le pregunto nada, lo miro nomás. No veo la hora de ser grande. Sueño siempre con viajar, estar aquí y allá y en todas partes; No te preocupés viejita si no me voy para siempre, sólo voy al río, a la plaza, a casa de Daniel, a Bolivia. Bueno, no volvás tarde.
Se vienen las fiestas, y esperamos tener la mesa servida y el brindar por un año mejor.
Salgo un ratito a la calle para ver si viene mi tata, de lejos me gusta verlo. No era igual su forma. En sus hombros traía mis respuestas, supe que era para mí porque me sonreía.
Se acercó y la bajó; Cuidála, es tuya. Era azul, tenía las ruedas más brillantes que haya visto (sus rayos encandilaban, parecía un pequeño sol en la vereda de mi casa) En la rueda de atrás llevaba alas para que no me caiga. El manubrio, en la parte del mango, tenía serpentinas amarillas.
Me subí, calcé sus zapatos y eché a andar la estrella de la vida.
CORDURA
a Carlos Hugo Aparicio
Trabajo como casi todos. Creo que es la primera vez en la vida que me siento un desempleado aunque ya hace diez años me echaron a la calle.
Antes no lo sentía, con cualquier cosa me daba vuelta; plomería, albañilería o cualquier otro oficio. Mis manos jóvenes levantaban todos los días sus ojos y le peleaban a la calle. En más de una oportunidad tuve que ir a la Finca a cosechar bananas y tener por lo menos la fruta del mediodía.
Juro que mis hijos han tenido para comer. Siempre un jarro de mate había. Vengo del jarro de mate. El barrio me acunó la infancia y me pintó sonrisas.
Las tardes yendo al río, ir por el monte ondeando bumbunas, jugando a la pelota y haciendo otras tantas cosas. Todo eso me hacía feliz.
Nunca imaginé lo que mi padre debía hacer para llevar el plato a la casa, por supuesto que la mayoría de las veces bebía a la luna en los días de pago. Por eso la escasez en la casa duraba unos veinte días.
Desde esa época comencé a vender diarios, me daba vergüenza gritar diariooo tribunooo pero al cabo de unas cuantas veces se hizo piel en mi lengua. Mamá decía que no vaya; pero sabía que necesitábamos, así que no le hacía caso. Siempre regresaba a las once de la mañana, después de haber vendido mis primeros diez diarios. El verdulero me encontraba en la esquina, así que llegaba a la casa con un poco de frutas y verduras. A veces vendía unos cuantos diarios más y me alcanzaba para el medio de puchero; para la sopa y el guiso. !Cómo me gustan la sopa y el guiso!.
Ahora esta ciática no me deja doblar la espalda.
Soy un desempleado, desumbilicado del estado, fruto de la economía y de los lobos. Veintiocho años sirviendo (porque esa es la palabra justa) y sólo recibo unas cuentas de vidrio y diez mil sermones de cómo encarar la vida y poder hacer buenos negocios.
Que mierda saben lo que voy a hacer con lo mío. En realidad ya lo hice. Fui a divertirme al Bolichón, armé una gran pelea y menos mal que saqué el arma y le volé los sesos, era un hijo de puta que me miraba fiero.
Con cuarenta y tantos de años estoy desnudo frente al espejo con el revolver volando en mis manos.
Cuentos extraídos de Agua de Coco, ediciones tunparenda, Salta,2001

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