domingo, 15 de septiembre de 2013

LIBRO ESTACIÓ SANTS presentado el 11 de setiembre en Salta.


Estació Sants



Los cuentos de Eduardo Atilio Romano, nos muestran la fragilidad de una ciudad, Barcelona, destino turístico de primer orden, pero al mismo tiempo, estación de llegada para muchos que buscan algo más que una bonita postal, sencillamente unas condiciones de vida dignas. Eduardo es un gran observador del territorio urbano, conoce el “metro” -Transporte Metropolitano de Barcelona-, un amasijo de túneles sofocantes en verano, donde subyacen las personas que renuevan las arterias de la gran ciudad, como si se tratara de un circuito orgánico, de gente ensimismada, taciturna, que viaja en las horas punta de un lado a otro sin más voluntad que la de conseguir llegar a alguna destinación y sin más ánimo que la monótona ruta del péndulo de Foucault.

Eduardo nos presenta un friso de personajes confundidos en el paisaje urbano, pero autónomos al devenir de las circunstancias en apariencia “normales” fijémonos en el cuento “La rutina” “El hombre subió las escaleras de la estación, en Les Corts, y camina, por un momento no sabe hacia dónde pero después se da cuenta y redirecciona su destino.” Los hombres vacíos a los que eludía T.S. Eliot, son el resultado de una sociedad moderna, urbana y masificada, la masa aliena a la persona incapaz de empatizar con un entorno que vuelve la relación humana absurda e impotente.

La crítica en Eduardo es feroz, no deja títere con cabeza, incluso arremete con el gremio de los escritores “¿Acaso los mismos escritores de aquí se han leído algo, leen a sus coetáneos aunque sea por amistad? ¿Podés preguntarles?”
El mundo de los tópicos y los prejuicios es desarmado con ironía. “¿Cómo es eso? Sós canario y tenés un nombre francés?, entonces me respondió ¿Qué acaso por tu tierra no tienen nombres extranjeros? No había que responder nada, sólo una sonrisa y el asentir silenciosamente.” El prejuicio existe entre las diferentes culturas que asoman por la ciudad “…a los que son europeos de segunda o sea a los hijos o nietos que vienen de países latinoamericanos no les dan ni bola, son lo mismo que el negrito más negrito que llega a estas tierras.” Así pues, esa maravillosa Barcelona muestra también la cara menos amable, la que transforma a las personas que vienen de lejos para sentirse dignas pero que no consiguen ser respetadas ni en su lugar de origen ni en los lugares de acogida.

Hay que destacar la capacidad de observación de Eduardo para captar las atmósferas creadas en los diferentes rincones de la Barcelona que describe, no tan solo son auténticos, también son de una exhaustividad descriptiva de la que puedo dar fe, como barcelonés apasionado por los detalles de mi ciudad, el testimonio de Eduardo es fidedigno, como fidedigno es su conocimiento de la lengua catalana que da autenticidad a las narraciones. No es extraño que Eduardo titule sus cuentos con palabras catalanas, impregna de verosimilitud los textos. “Tardor, pluja, roda, roba d’estiu, foc, estació la memòria, el personatge, el savi, la declaració, l’última estació” yo me creo lo que explica porque el catalán existe en la vida cotidiana barcelonesa.

Para el público argentino debo decir que la lengua de Cervantes convive en harmonía con el idioma indígena de los catalanes. Y que Eduardo ha sabido enfocar desde su objetiva mirada y gran respeto la pluralidad de una de las ciudades más visitadas del mundo, Barcelona.

Pero lean a Eduardo Atilio Romano un escritor de gran categoría que describe lo que vive, sin trampa ni cartón, con la carne en el asador de su prodigiosa capacidad de síntesis. La maestría de Juan Marsé se suma a la imaginería salteña sin añadir más pirotecnia que la propia experiencia.

Quizás ocurra, que a Eduardo, le suceda lo mismo que al librero catalán de “Cien años de soledad” de García Márquez, que añoraba tanto su Empordà natal que al final marchó de Macondo a su lugar de origen, y encontrándose allá escribía largas cartas al solitario y último de la estirpe de los Buendía, evocando la nostalgia por Macondo y las conversaciones mantenidas con él, quizás Eduardo, ahora que está en Salta, le quede esa morriña catalana del que extraña la Macondo-Barcelona del último de los Buendía.

                                           Jordi Valls, Barcelona, verano-invierno del 2013.